Hace poco fui a ver los frescos de Goya en San Antonio de la Florida. Hay dos ermitas que están al lado la una de la otra. Me acerqué a una de las dos pero antes de entrar quería asegurarme asique como salía una mujer le pregunté:
- Perdone ¿están aquí los frescos de Goya?
- Si, hija. Una maravilla.
Y así me quedé yo. Maravillada.
A veces una se pregunta cómo en algo tan pequeño puede haber tanta belleza. Encima los vi yo sola con paz y tranquilidad no como la vez que estuve en la Capilla Sixtina que había tanto barullo que los guardias tenían que mandar callar.
Y ya que hablábamos de la belleza me gustaría comentar el siguiente cuadro
Saturno devorando a sus hijos, de Francisco de Goya y Lucientes.
Muchas veces he oído que este cuadro era feo. A ver, es Saturno devorando a sus hijos, si la gente espera que aparezca un hombre con un tenedor y un cuchillo en un paisaje bucólico y sus hijos servidos en la mesa con una manzana en la boca...bueno, pues no es así. Y bueno, hay que situarse también un poco en la etapa de Goya que estaba sordo por aquel entonces y eso produjo en parte que hiciera una serie de pinturas negras, entre ellas esta. He de reconocer que cuando vi este cuadro por primera vez me dio bastante miedo (puede tener que ver que yo sea una asustadiza) pero una cosa es que te dé miedo y otra calificar a esto de feo. Son términos distintos y no hay que equivocarlos porque la belleza no consiste en que algo sea bonito o feo, o eso creo yo.